El encuentro teatral - Por José Eduardo Abadi
El encuentro teatral no es un título arbitrario dado que el teatro es un espacio donde convergen la exploración, el impulso, el descubrimiento y el placer de un modo singular.
Sabemos que la representación teatral es heredera desacralizada de los ritos que desde antiguo acercaban los mitos al hombre común.
Mitos fundamentales encarnados en distintos personajes y en distintas culturas para evocar las encrucijadas básicas de nuestra existencia.
Sus argumentos presentan siempre los ejes fundamentales del hombre: la lucha generacional y la lucha de poder entre los sexos.
Allí se insertan las preguntas que inquietan y angustian, aquellas que parecen poner un límite al conocimiento sostenido en la razón, al imperio del logro, como dueño del saber. Me refiero al origen de la vida, al misterio del amor, al destino, en último término a la muerte.
En las obras clásicas, vemos el texto dramático internarse en la densidad de lo que nos define como humanos. Ante todo, seres en conflicto bifrontes, ambivalentes, ambiguos, precarios, entusiastas por conocer, transgresores y obedientes proyectados a la búsqueda del otro, de aquel que siendo reconocido en ¨ su ¨ subjetividad como diferente nos arranque de nuestro espejo alienante.
Y esto a través de un camino sinuoso, con obstáculos que en su resistencia desnudan el impulso, la tendencia heroica de los seres humanos para alcanzar la libertad, el conocimiento, finalmente el deseo, que marca nuestra incompletud y abre el mundo relacional, la posibilidad del encuentro.
La ceremonia teatral respira hondo. Un escenario , una platea. Actores habitando personajes que a su vez dejaran en ellos para siempre algo más, o algo que antes no estaba. El público transita esa línea que está adentro y afuera de la obra simultáneamente.
El acuerdo y la exigencia de verosimilitud permiten que la ficción despliegue las verdades que nuestra cotidianeidad real se encarga de ocultar o disfrazar. Pero el texto dramático es implacable, como le decía Schopnehauer a Goethe en una de sus cartas más conocidas: ¨Edipo, más allá de la tragedia que le aguarda con la respuesta prosigue infatigable su búsqueda de la verdad, desoyendo los ruegos de Yocasta que prentende disuadirlo¨ .
El teatro es como el ciego-vidente Tiresias, personaje central de la tragedia griega que convierte al interrogante en cuestionamiento que desafía saberes congelados, que nos obliga a internarnos en lo desconocido porque conoce e incita nuestro vigor epistemofílico, ese mismo que debe evitar la tentación de convertir una verdad eficaz en un recurso político disfrazándola hasta convertirla en dogma y alcanzando el poder, dedicarse exclusivamente a expandirlas.
El teatro es creación y la creación es plural.
El otro propone una historia, es decir conflicto y dibuja los personajes que irán recorriéndola. Al comienzo uno conoce solo algo de ellos, aunque piensa que ya sabe todo. Se da cuenta de su error cuando a medida que va escribiendo la pieza ellos le imponen sus conductas, tiempos, su sexualidad, desenlaces. El autor dá la palabra, de eso no hay duda. Pero ellos se apropian del verbo y quieren conjugarlo con su propio estilo. Son hijos desafiantes. Debemos ser padres tolerantes si queremos un personaje con palabras vivas. Debemos renunciar a esa parte nuestra que ya conocemos y hemos proyectado sobre ellos cuando salimos airosos y la historia una vez concluída (¿acaso cocluye?) nos sentimos a la vez el autor y un lector más. Logra sorprendernos. El texto nos alude y nos supera. Muchas veces quisiéramos modificarlo ¨ pero no podemos¨. Podríamos pero no podemos. Entonces pensamos en guardarla, esconderla, preservarla.
Pero no podemos. Más allá de nuestro instinto retentivo la hemos parido para que exista. Y será así cuando la compartamos con los otros, cuando un equipo de gente, director, actores, escenógrafos, etc se apropien de ella, la hagan suya, cada uno a su manera y la ofrezcan a un público que en el interior de su alma colectiva la complete. La transforme finalmente un una obra.
Los vínculos que se tejen de un modo manifiesto y latente entre ambos, director (se conozcan o no), actores y público son complejos y ponen sobre el tapete (decir sobre el escenario me pareció redundante) algunas de las claves del proceso creador.
El autor necesita para su inspiración de un ¨ maestro ¨. De un ¨ alguien antes¨. De un referente (presente, vivo o no) que ofertó, que enseñó pero que deberá ser refutado, corrido del casillero. Lo mismo que el saber científico, exige la rebelión. Pero una rebelión que supere sin destruir, que progrese sobre el inconformismo pero no sobre el odio que se asume potente.
Lo creado para adquirir identidad necesitará desprenderse de su dueño original. Un camino casi bíblico. Ya están esperándolo aquellos otros que se alimentarán con ella, y se transformaran a través de ese ejercicio que se llama ensayo y que es un tiempo gestante clave.
Los actores en la creación del personaje nos vamos arrimando a ellos de distinta forma, según quienes y como vamos, pero con un mismo objetivo: conocerlos.
Invadiéndolos o dejando que ellos se filtren en nuestras células para ocuparnos.
El enriquecimiento es movilizador. Nuestro yo muestra que el de la cédula es solo el de la foto. Hay muchos más, todos aquellos que se anime a parir. Porque en la creación de un personaje por parte de un actor se van patentizando potencialidades que carecían de palabras para ingresar al mundo simbólico. Porque la homogeneidad, la uniformidad y lo monocromático delatan su carácter opresivo y empobrecedor.
Un grupo ha recreado una obra, ésta a su vez los recreó a ellos y junto al espectador han reinventado el lenguaje. Es decir lo humano, la cultura.
http://www.joseeduardoabadi.com.ar/2011/06/30/el-encuentro-teatral/